A pesar de ser un hombre conforme al corazón de Dios, el rey David fue un gran pecador. Cometió adulterio y, para encubrirlo, perpetró un homicidio. Sin embargo, David también se arrepintió profundamente, y el Salmo 51 nos enseña cómo retomar el camino cuando estamos abatidos.
Ser salvo no significa perder la capacidad de pecar y tampoco minimiza la gravedad del pecado. La seguridad eterna de la salvación no es un permiso para pecar sin sufrir. De hecho, sufriremos mucho más, ya que el Espíritu Santo nos convence de nuestros pecados al punto de querer confesarlos. La culpa es una herida sucia: supura y, si alguien no la limpia, jamás se curará.
Este pasaje revela las graves consecuencias del pecado. El pecado enturbia el alma, satura la mente y atormenta la conciencia. Entristece el corazón y enferma el cuerpo, daña el espíritu y amordaza los labios.
Adrián Rogers afirma:
«El ser humano más miserable de la tierra no es una persona sin Cristo; sino alguien salvo que no está en comunión con Dios».
Si estamos sumidos en nuestros pecados, ¿cómo podemos retomar el camino?
En primer lugar, debemos tener la certeza de que Dios aún nos ama.
Salmos 51:1 dice:
«Ten piedad de mí, oh Dios, conforme a tu misericordia; conforme a la multitud de tus piedades borra mis rebeliones».
Aun cuando pecó, David confió en la bondad y el amor de Dios. A pesar de los intentos del enemigo por desacreditar la fidelidad de Dios, debemos recordar que no hay nada que podamos hacer para que Dios deje de amarnos.
En segundo lugar, debemos confesar nuestros pecados sin excusas ni evasivas.
1 Juan 1:9 dice:
«Si confesamos nuestros pecados, Él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad».
Por último, Dios nos limpia y nos perdona.
Él suprime el castigo, lo borra y lo entierra en el mar de su olvido. Él disipa la contaminación del pecado, y nos limpia y nos hace más blancos que la nieve. Él destruye el poder del pecado: Dios nos purifica para hacernos limpios en nuestro interior.
Ya no tenemos que cargar con nuestra propia condena; estamos limpios ahora.
Aplíquelo a su vida.
¿Tiene algún pecado no confesado que le pese actualmente? Pídale a Dios que examine su corazón y que le revele su pecado. Confiéselo y sea purificado por el perdón de Dios.