Las relaciones dañadas en la iglesia son un problema muy doloroso que deshonra al Padre y desanima a la novia de Cristo.
Adrián Rogers afirma: «No hay nada peor que una iglesia sin armonía y no hay nada mejor que una iglesia con armonía».
En Mateo 18, Jesús explica cómo lograr la sanidad de las relaciones dañadas. «Por tanto, si tu hermano peca contra ti, ve y repréndele estando tú y él solos...» (Mateo 18:15).
En primer lugar, debemos tomar en cuenta la relación que tenemos con la persona que ha pecado contra nosotros.
Si es un hermano en Cristo, entonces somos miembros del mismo cuerpo, por lo que hacerle daño nos perjudicará a todos. Si no es creyente, entonces necesita con mayor razón nuestra compasión y nuestras oraciones. En cualquier caso, debe ser amado pase lo que pase.
Además, debemos recordar la responsabilidad que tenemos de arreglar las cosas entre nosotros. Gálatas 6:1 dice: «...si alguno fuere sorprendido en alguna falta, vosotros que sois espirituales, restauradle con espíritu de mansedumbre, considerándote a ti mismo, no sea que tú también seas tentado». Debemos preguntarnos: ¿estamos pecando de manera similar? ¿Hemos estado orando por esa persona y dando un buen ejemplo?
En cuanto tengamos la perspectiva adecuada, debemos buscar el procedimiento bíblico para la restauración.
No podemos permitirnos el lujo de esperar a que el transgresor venga a nosotros, sino que debemos ir a él con amor, discreción y humildad. Si existe la posibilidad de reconciliarse, perdónalo sin reservas, por completo y para siempre. Si no hay restauración, regresa con hermanos o hermanas en la fe. Si aún se niega a escuchar, ve ante la iglesia, como instruye Mateo 18:17: «Si no los oyere a ellos, dilo a la iglesia; y si no oyere a la iglesia, tenle por gentil y publicano».
La excomunión es un desgarrador último recurso reservado solo para aquellos que son obstinados por naturaleza y no escuchan al hermano, al comité o a la iglesia que ha intentado hablarles con verdad y amor. Es importante que amemos al ofensor impenitente, pero no debemos permitir que envenene a la congregación. No podemos permitir que dañe y distorsione la causa de Cristo.
Aplíquelo a su vida
Si alguien ha pecado contra usted, no deje que se convierta en un tema de chismes; acérquese a esa persona con amor, humildad y gentileza, luego de haber considerado su propia situación.