La dura verdad del evangelio es que somos enemigos de Dios hasta que Él nos redime. Santiago 4:4 dice que «la amistad del mundo es enemistad contra Dios» y quien «quiera ser amigo del mundo se constituye enemigo de Dios».
Entonces, Jesús vino a reconciliar nuestro problema con el pecado. Al tratar con los pecadores, nunca justificó el pecado. Jesús le dijo al hombre que sanó en el estanque de Betesda y a la mujer traída ante Él después de ser sorprendida en adulterio: «No peques más» (Juan 5:14 y 8:11). Jesús satisfizo la mayor necesidad de estas personas: la salvación. Su principal preocupación fue siempre tratar el problema del corazón más que el problema del cuerpo. A veces, eso no fue bien recibido, pero Jesús nunca debilitó la verdad para hacerla más aceptable. Por ejemplo, en Mateo 19, Jesús expuso la verdad al joven rico, pero cuando el hombre se alejó, Jesús no corrió tras él para suavizar la verdad. Simplemente permitió que el hombre eligiera y permite que nosotros elijamos también. Lucas 19:10 dice: «Porque el Hijo del Hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido». Jesús permaneció sin pecado, se negó a suavizar la verdad y, aún así, tuvo compasión por los pecadores. Esto es ser un amigo.
¡Oh, pero la alegría de ser su amigo en la salvación! La Biblia nos dice que Jesús es nuestro mejor amigo. Una referencia a Jesús como nuestro amigo se encuentra en Proverbios 18:24b: «Y amigo hay más unido que un hermano». Jesús es ese amigo cercano una vez que somos de Él. Les dijo a sus discípulos justo antes de ir a la cruz que ya no los llamaba siervos, sino que, en cambio, los llamaba amigos. ¿Por qué? Por la misma razón por la que puede llamarnos amigos: Él nos eligió y nos designó para llevar fruto, y para hacerlo como sus amigos. (Ver Juan 15:15-16).