En las Escrituras descubrimos que la muerte de Jesús no fue un accidente. Él no fue víctima de circunstancias fuera de su control. Más bien, Jesús intencionalmente entregó su vida para salvar a su pueblo de sus pecados.
Segunda Corintios 5:21 dice: «Al que no cometió ningún pecado, por nosotros Dios lo hizo pecado, para que en Él nosotros fuéramos hechos justicia de Dios».
¿Cómo puede Dios amar y perdonar al pecador y al mismo tiempo castigar el pecado? La respuesta es: con un sacrificio substitutivo. Alguien que acepta el castigo en nuestro nombre. Una persona que no ha conocido ningún pecado, lo suficientemente justa, lo suficientemente santa, lo suficientemente buena como para convertirse en nuestro substituto. Alguien que pueda sufrir en nuestro lugar.
El único que podía hacer eso era el Hijo de Dios. Él es el sacrificio substituto de Dios y nuestro Salvador.
No podemos realizar suficientes cosas buenas para pagar por nuestros pecados, ni podemos presentarnos ante Dios por los méritos de nuestra propia justicia. Con todo, Dios hizo lo que nosotros no pudimos. A través de Jesús, recibimos el perdón completo y total de nuestros pecados.